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Juan Canet: Video que repasa su trayectoria, fotografías y biografía

Os mostramos el video realizado por la Falla Espartero en homenaje a Juan Canet, así como las fotografías de sus primeros premios y una biografía sobre él.

Video realizado por la Falla Espartero-G.V. Ramón y Cajal que repasa la trayectoria de Juan Canet:


Biografía extraída del libro «Fallas infantiles, juego y tradición», de Manolo Sanchis, Hernan Mir y Joan Castelló:

JUAN CANET BONORA

Si dentro del mundo de las fallas infantiles hay una figura emblemática, esa persona es, sin lugar a duda, Juan Canet Bonora (Valencia, 1934-2011). A lo largo de muchos años, sus trabajos se contabilizaron por éxitos y durante más de una década (de 1978 a 1990) fue «el rey» de la Sección especial, el artista con el que soñaba toda comisión que quisiera subirse al podio de los campeones.

Fue el creador de una forma de hacer fallas basada en el barroquismo: formas recargadas, modelado con predominio de las líneas curvas y una recreación en el detalle, buscando la complacencia y la complicidad del espectador. Con el paso de los años a esta técnica se la ha conocido como «estilo Canet», ya que sus composiciones tuvieron siempre un sello personal que las identificaba: mucha ornamentación y el uso de un tipo de pintura en el que predominaban los tonos vivos y coloristas.

Lo mejor de su producción y de su arte quedó plasmado en la serie de doce fallas consecutivas que realizó para Espartero-Gran Vía Ramón y Cajal, la comisión que lo catapultó a la fama y a la que, en justa correspondencia, le brindó diez primeros premios de la Sección Especial, nueve de ellos consecutivos entre los años 1978 y 1986, y el último en 1988.

Después de los laureles que llevaba aparejado un éxito de estas dimensiones, y que remató con dos nuevos palets para Na Jordana en 1989 y 1990, experimentó en sus propias carnes el sinsabor amargo del final de un ciclo. Su estilo dejó de estar de moda: de la admiración por el barroquismo se pasó a una sensación de empalago y de hartazgo; los jurados dejaron de considerar incuestionables sus producciones y se vio desplazado de los lugares de privilegio. Fue el inicio del declive creativo y profesional de Juan Canet, que vio como su obra era ahora contestada y criticada después de haber sido el «valor seguro» por antonomasia de las comisiones que apostaban por los premios.

Tuvo seguidores, admiradores y detractores a partes iguales, porque nadie ha sido indiferente ante sus obras. Ahora, desde su más que modesta casa-taller, unas instalaciones desvencijadas en el barrio de Marchalenes de Valencia, ha visto con amargura su obligado alejamiento de una elite de artistas, de la que él formó parte y de la que fue el más genuino exponente. «Es el tributo que hay que pagar por la fama», dice en la soledad de esa planta baja, rodeado de los moldes que han sido testigos mudos de un éxito que ahora se niega a volver.

Con el único apoyo de su amigo Juan Navarro Melero, su más ferviente admirador y al que siempre tuvo a su lado, tanto en momentos de gloria como en las adversidades, Juan Canet se debate ahora entre el recuerdo melancólico y el despecho. Asegura con una cierta destemplanza y amargura que «todos se han puesto de acuerdo contra mí y sólo me dan las migajas», para añadir que ahora sólo le ofrecen contratos de apenas un millón de pesetas para competir en Especial cuando las comisiones punteras destinan presupuestos que superan ya los cuatro millones de pesetas.

Salvando las distancias, su nombre ha sido para las fallas infantiles lo que Regino Mas significó para los monumentos grandes. La genialidad de este último, que revolucionó con maestría inigualable el concepto de fallas para unirlo definitivamente con el arte, no la alcanzó Juan Canet, aunque fue un admirador y un seguidor aventajado que también estuvo a gran altura.

De todas formas, y para los amantes de la estadística, Juan Canet no pudo igualar los 20 primeros premios de Regino Mas (once de ellos consecutivos en la plaza del Mercado de 1940 a 1950), aunque dejó una marca igualmente formidable en infantiles: trece primeros premios, de ellos nueve consecutivos (de 1978 a 1986) y ocho ninots indultats.

Su etapa de formación la desarrolló en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, donde cursó estudios de pintura, dibujo y modelado con maestros como Amérigo Salazar y Genaro Lahuerta. Éste último decía de él que «era Miguel Angel dibujando». Su primera profesión fue la de pintor de abanicos, una especialidad en la que destacó por su sensibilidad y destreza para realizar miniaturas y filigranas en las varillas de hueso. Otras de sus habilidades fueron los esmaltes y lacas chinas, que hacía con gran precisión y esmero para las cajas de música.

Su entrada en el mundo de las fallas fue, como tantas veces ocurrió con otros artistas, de forma casual: camino de la Ciudad del Artista Fallero, un especialista vio algunas de sus pinturas puestas a secar a la puerta de su casa en el camino de Marchalenes que le llamaron la atención por su calidad. Le animó a trabajar en las fallas, una ocupación en la que dio sus primeros pasos de la mano de Juan Huerta, Manuel Giménez Monfort «Cotanda» y Vicente Tortosa Biosca. Pasó luego a trabajar a las órdenes de Julián Puche, en cuyo taller coincidió con personajes de relevancia como Antonio Vidal «Tono», los hermanos Barea, Guillot o Vidallach, entre otros.

La primera falla infantil se remonta a 1974 para la comisión de Félix Pizcueta-Cirilo Amorós y la construyó como si fuera «un juego, como una distracción» durante los meses de verano. El contrato fue por 30.000 pesetas, con mensualidades de 2.500 pesetas. Pero el primer premio conseguido en la sección Segunda y el reconocimiento que, poco a poco, fue ganando su trabajo le abrieron la posibilidad de seguir avanzado en un terreno que, entonces, todavía le era bastante desconocido.

Para las fallas de 1975 realizó dos bocetos: el primero lo presentó a los responsables de la comisión de avenida Burjassot-Padre Carbonell con un presupuesto de 165.000 pesetas, que suponía convertirse en la falla infantil más cara hasta ese momento, pero su presidente no se presentó a pagar la primera mensualidad. Al quedarse sin comisión, Canet rompió el segundo de los esbozos (que no lo había presentado a nadie) y recurrió a sus amigos y vecinos de la Avenida Burjassot-Carretera de Paterna «La Parreta», a quienes les ofreció realizar el primero de los trabajos por cien mil pesetas.

Ese año consiguió de nuevo el primer premio, aunque esta vez de la Sección Primera A, entonces la máxima categoría. En 1976 volvió a pisar podio con el segundo premio conseguido con «Los trucos», una composición sobre los diferentes juegos malabares que plantó en la avenida Fernando El Católico-Ángel Guimerá.

El ejercicio de 1976-77 fue el del encuentro con la comisión de Espartero, con la que a la postre lograría llegar a su cenit profesional. De nuevo fue la casualidad la que, sin pretenderlo, le puso en el camino correcto: un artista amigo, Luis Boix, que por esas fechas estaba saturado de trabajo, le presentó al presidente, Isidro Calvete, y le pasó el trabajo. En este primer año realizó «Conmemoracions», un pulcro trabajo en el que ya dejó entrever su personal estilo. Junto al incensario que constituía el cuerpo central, colocó un reloj de pulsera… que, a la larga, se convirtió en un elemento de discordia y polémica. En la esfera pintó las horas en números romanos y colocó un «1111» en el lugar correspondiente a las 4 horas. Uno de los jurados se fijó en ese detalle e hizo un comentario sobre «la ignorancia» del artista por no colocar un «IV», un hecho que, al parecer, fue determinante para relegar la falla hasta un tercer lugar. Lo que no sabía

este miembro del jurado es que en relojeria en números romanos se representa efectivamente “1111” y no con el «IV’ de la numeración habitual como lo demuestran los relojes de campanarios con varios siglos de existencia (como el de Santa Catalina) o los más modernos de pulsera.

En un contexto de enfrentamientos sociales por la «Guerra de los símbolos», construyó en 1978 «Mantinguem les tradicions», un canto a la identidad valenciana representada por el yelmo del Rey En Jaime, una dolgaina y una pareja de labradores, realizados a partir de la humanización del Micalet y Santa Catalina. El monumento, que costó 250.000 pesetas cuando había otros que rondaban las 500.000, produjo un gran impacto, y no faltaron voces del mundo que pidieron su «indulto» por el simbolismo político que encerraba. En todo caso, supuso el segundo palet que consiguió como artista y el primero que obtuvo la comisión de Espartero.

Los éxitos estuvieron de nuevo presentes en 1979 (con «El año del niño») y 1980 (“Defensem la nostra personalitat»), cuando de nuevo volvió a utilizar la iconografía de los símbolos, esta vez una Senyera que atravesaba el corazón de los buenos valencianos.

Durante los días que estuvo plantada la falla, dos simpatizantes de una entidad valencianista hicieron guardia para defenderla de hipotéticas agresiones. La bandera no fue pasto de las llamas en la noche de San José porque fue indultada por la comisión. En estos dos ejercicios, consiguió también sus primeros ninots indultats: «El palleter» (Doctor Olóriz-Fabián y Fuero) y «Massa pes», sobre la figura de un «antivalenciano».

Con «Pinceladas valencianas» logró en 1981 un doble gran hito: conseguir cinco primeros premios, cuatro de ellos consecutivos. La tetralogía de palets había sido alcanzada con anterioridad por otros artistas como Aurelio Díes (1942, 1946, 1951 y 1952), José Fabra Andreu (1960, 1962, 1963 y 1966) y Alfredo Ruiz (1968, 1969, 1972 y 1973), pero nunca con una serie correlativa de años. La temática de ese año desarrollaba las costumbres y tradiciones populares, siguiendo con la exaltación de los valores autóctonos: »tabaleter i dolcainer», la luna de Valencia, las grupas de Sorolla, moros y cristianos, la buñolera… Alcanzó, además, con el «Rey don Jaime» su tercera figura indultada de manera consecutiva.

Para conseguir su sexto palet recurrió a un tema más genérico y vinculado a los sueños e ilusiones de los niños: «Los Reyes Magos» (1982), un catafalco con el que logró ensamblar la caricatura, la ternura y la ironía con una estructura más dinámica, mediante la sensación de movimiento que trasladó a los camellos. Un año después volvió a tocar la fibra sensible de los temas valencianos con «Honremos nuestras tradiciones» (1983), realizada a partir de un tintero repujado del que surgía una banda de música con sus componentes iniciando un pasacalle. La figura del «Bateig» consiguió el favor del público y fue indultada por votación popular.

La góndola arrastrada por tres caballos alados o «pegasos», que constituía el remate de «Valencia artesana y marinera» (1984), recibió calificativos como «una gran joya» y «obra de arte» por parte de la prensa y el público. En ella aparecieron todos los símbolos característicos del máximo esplendor del barroquismo: telas adamascadas, pavos reales y molduras de caprichosas formas a las que se daban efectos de mármol, jaspe y pedrería. La base era una pieza única que, durante el proceso de la planta, no se podía pisar ni poner sobre ellas tablones, por lo que fue necesario recurrir a una grúa para su colocación, algo inusual entonces en una falla infantil.

Juan Canet siguió subiendo peldaños y situando el listón cada vez más alto. En 1985 concibió «Llum i glória valenciana», que se mantuvo dentro de los ambientes recargados y los tópicos, muy del gusto del momento: candelabros, jarrones de flores, ángeles, cisnes, papagayos y la reproducción de algunas figuras del cuadro «Floreal» de Pinazo. Fue un ejercicio singular para la demarcación de Espartero porque la Fallera Mayor Infantil de Valencia, María José Calvete, lo había sido el año antes de la comisión y era hija del presidente. La guinda del éxito de ese año la puso la figura de «El sereno», que fue el ninot indultat y que supuso un nuevo hito para el artista: cinco figuras indultadas en su historial.

El año 1986 quedará para la historia como el del noveno premio de Canet. En esta ocasión la comisión abonó 900.000 pesetas por «Valencia mora y cristiana», cuya escena principal era un bautizo con el rito de las gentes de la huerta. Sobre los integrantes de la comitiva se formaba una espiral rematada por las cabezas de una cristiana y un moro que encerraban todo el simbolismo del catafalco. Un nuevo galardón que sumar a su ya amplio palmarés fue «El pintor de cerámica» que mereció el indulto popular.

La racha triunfal se rompió en 1987. Había signos que empezaban a mostrar un cambio en los gustos no tanto del público, que seguía admirando las obras de este artista, como de los jurados. Además se hizo circular un rumor, según el cual si conseguía por décima vez consecutiva el primer premio habría que indultar la falla. Aunque nada de ello estaba escrito en el reglamento, sirvió para crear un ambiente «a la contra». El propio artista asegura ahora que se formó un jurado opuesto a sus planteamientos estéticos para «evitar un éxito de ese calibre». Los laureles fueron para Miguel Santaeulalia y Na Jordana con «Ahir i hui juguem, pera diferent», mientras que Canet y Espartero con «Proclamacions» tuvieron que conformarse con el cuarto premio.

Con el lema «La primavera» diseñó un catafalco de reminiscencias goyescas, con el que siguió fiel a su línea de oropel y puntillas: sobre un bordador realizaban sus juegos los personajes de »El pelele», que eran contemplados por una enamorada pareja de lagartijas que se iban de vacaciones.

El ejercicio siguiente fue determinante para el futuro de Juan Canet, al tomar la determinación de dejar la comisión que le había acompañado en sus mejores años profesionales e iniciar una nueva etapa con Na Jordana, tras recibir una tentadora oferta económica: las 950.000 pesetas que percibió el año anterior se transformaron en 1.600.000 pesetas para realizar «Xinesos i valencians, cosins germans», una fantasía oriental repleta de dorados y lentejuelas que también le hizo subir a lo más alto del podio. Con la comisión del barrio del Carmen repetirá el año siguiente con «Valencia, bressol d’artistes», una adaptación de «Las pescadoras» de Sorolla. Con ella obtuvo su décimo-tercer título, su récord personal y también una cifra que se interpuso en su camino, sin que hasta el momento haya podido romper el maleficio.

Todavía conseguirá mantenerse en cartel en 1991. La serie inspirada en los grandes pintores españoles tuvo su continuación con «Velazquezmanía», una composición que se vio relegada al cuarto premio, aunque la figura ‘Parasol» fue indultada del fuego.

Una nueva generación de artistas jóvenes, que ya han estado haciendo incursiones en el podio en los últimos años, tomó definitivamente el relevo del que había sido el «intocable» de la Sección Especial. Julio Monterrubio, Juan Carlos Moles, José Luis Santes, Francisco López Albert y Manuel Blanco Climent conseguirán cerrar un capítulo de la historia de las fallas infantiles e iniciar sin complejos una nueva página, con un estilo renovado pero no siempre diferente y una temática que en algunos casos será más didáctica y en otros buscará conectar con los gustos y preferencias de los niños de hoy, aunque las tradiciones y el folclore serán una espada de Damocles que siempre penderán de un hilo y a las que será difícil no hacer, al menos, alguna concesión.

En los siguientes ocho años Juan Canet libró una batalla consigo mismo, en la que su propia sombra le persiguió y en la que todo su esfuerzo se centró en no ser desahuciado de una Sección Especial de la que él lo había sido todo: en 1992 cerró su ciclo con Na Jordana con «Passatge a la India» (cuarto premio) y en 1993 no logró pasar de un tercero con «Sueños e ilusiones» que plantó en Archiduque Carlos-Chiva, una comisión

con la que intentará revalidar laureles al año siguiente jugando a una carta segura, pero «Disney en Valencia» tendrá que contentarse con un segundo premio.

En medio de la mala racha surgió un motivo para la esperanza cuando en 1995 recurrió de nuevo a Disney y aprovechó el tirón popular de la película para conseguir que su «Rey León» fuera indultado, aunque sus «Alegorías» para Obispo Amigó-Cuenca tuvo que conformarse con un discreto cuarto premio en una Sección Especial cada vez más competitiva.

En un último intento de aferrarse a una realidad que le es esquiva, volvió a sus orígenes, a la comisión que marcó el inicio de su carrera: La Parreta. El segundo premio de 1996 con «Juegos» supo más a frustración y decepción que a premio, mientras que el séptimo de 1997 le dejó sumido en la desesperación: nunca hasta ese momento una falla suya de Especial había obtenido un premio tan bajo. El cuarto premio de 1998 con la plaza de El Pilar (1a diversión») no dejó de ser un espejismo en un contexto esquivo para su producción. La puntilla fue el décimo premio alcanzado en 1999 con un lema significativo «El invierno de nuestras penas» y con un agrio final de fiesta con la comisión de Archiduque Carlos-Chiva, con la que terminó enfrentado por una polémica relacionada por la reclamación de un último pago.

El año 2000 con el que se despidió el siglo XX fue el primero en los últimos 26 en que Juan Canet Bonora no realizó ningún trabajo para la máxima categoría de las fallas infantiles.

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Fotografías de Joan V. Ramírez y Falla Espartero:

Espartero de 1978 a 1988 y Na Jordana 1989 y 90:


1989 SEi-NA JORDANA (1P)-1 1990 SEi-NA JORDANA (1P)-1

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